domingo, 31 de octubre de 2010

Conocí a una diosa de los sentidos, una diva profunda, una incomprendida como yo.

Me enamoré de sus maneras de proteger, de sus canciones que encajaban en mi vida, de su vida que matizó sus colores de inmediato con la mía, existiendo la posibilidad de odiarnos. No, eso jamás sucedió, valíamos más que eso, y necesitábamos a alguien.

Tantas veces la ví caer, y subimos en una nube y volamos por los jardines de todos los sentimientos, y tomamos en fiestas, y hablamos en parques, y nos reímos hasta llorar.

Conocí a una diosa imperfecta que se cayó en mi mundo, y se robo todos mis males, para convertirlos en humo, en humo y el olvido. Me robó la mitad de mi alma, y se la lleva a donde va, porque sabe que cuando la necesito llegará en su nube de colores infinitos, una sonrisa aterrizando, un par de telarañas en sus oidos, cansados de escuchar este mundo, y me salvará de él, una vez más.

Conocí a una señora dueña de la vida, tan dueña como yo, tan parecida a mi como un reflejo distorcionado, tan amante de la amistad que logramos amarnos, aquí, en mi mundo y en nuestro universo.

Un par de brujas, con sus realidades retorcidas. Felices como nadie podrá serlo.

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